Paz Sánchez |
jueves, 10 de diciembre de 2009 |
Estimado director, no puedo dejar de sorprenderme ante la decisión de que el Premio Nobel de la Paz de este 2009 haya recaído en manos de Barack Obama.
Sé que se ha hablado mucho sobre este tema, que no hay vuelta de hoja, pero lo cierto es que he esperado hasta última hora para que alguien confesara: ¡Inocente!
El Premio se le concedió por sus esfuerzos diplomáticos en lo relacionado con el desarme nuclear, algo llamativo, cuando no hace muchos días aumentó las tropas norteamericanas en Afganistán. Pero aunque allí muera gente, nos pilla lejos, y la amenaza nuclear amenaza con la destrucción mundial...y las muchas armas las tienen ellos, no sólo los occidentales. ¿Por qué le preocupa tanto el desastre nuclear al presidente del país pionero en su invención? Porque hace tiempo que no es el único en poseer tales armas, y eso ya no se puede consentir. Obama quiere parar el carro. Y es premiado por ello.
De hecho, ni él mismo daba crédito a la decisión cuando se enteró. No le había dado tiempo a cumplir tanta promesa. Porque una cosa es prometer el oro y el moro en campaña electoral, y otra muy diferente cumplirlas. De hecho, Obama acudió con prisas a recoger el premio -sólo estuvo 24 horas en la capital noruega- y no realizó muchos de los actos que se realizan habitualmente para esta ocasión. Ejemplo de ello es que no visitó el Centro de la Paz y tampoco comió con el rey de Noruega Harold V, una invitación que no suelen declinar los premiados.
Puede que los miembros del jurado lo eligieran subyugados bajo ‘el efecto Obama’ o puede que su decisión encierre motivos más ambiciosos.Otorgar un premio de estas características al presidente de la primera potencia del mundo podría promover importantes mejoras en la paz y la seguridad internacionales. No obstante, esta ambición puede quedarse en agua de borrajas si Obama, tal y como han hecho sus antecesores, antepone los intereses económicos de su país a la estabilidad mundial.
Pero es difícil no percatarse de que estos premios, otrora tan laureados e ilustres, hoy sean una guasa. O, ¿no es para tomarse a risa que Berlusconi y Sarzoky hayan estado entre los más votados de la lista? Lo dicho, un cachondeo. Si Alfred Nobel levantara la cabeza…
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