Violencia de Género: Algo va mal |
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Raquel Salinero |
sábado, 07 de noviembre de 2009 |
En los tres últimos años, 168 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas en nuestro país.
Este año ya son 42 las víctimas mortales de la violencia machista. Sólo catorce de las víctimas había presentado denuncia, y en seis de los casos se encontraban vigentes medidas de protección. En tres ocasiones habían sido quebrantadas con el consentimiento de la víctima y en otros tres casos sin ella según datos de la Agencia Efe.
La Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género es a todas luces insuficiente, ya que aunque prevé medidas preventivas y de apoyo a la mujer, se queda corta en cuanto a las medidas represivas contra el agresor. Éste duerme en el calabozo el mismo día en el que se produce la denuncia, pero después vuelve a salir a la calle, y la probabilidad de que vuelva a acosar a la víctima es altísima. El número de mujeres asesinadas y maltratadas no ha disminuido desde su introducción en diciembre de 2004, y se ha mantenido en unos niveles relativamente estables según el Ministerio de Sanidad.
Un problema social
Desde el entorno social hay una clara falta de acción: sólo los casos más graves conmocionan y promueven la acción, una acción que se queda en el intento. Frases como «qué le habrá hecho para que la trate así», «a mí me daba la primera»o «ella es bastante alegre» se escuchan en las esquinas y tiendas de muchos municipios españoles.
El maltratador no es un hombre violento al uso: la agresión contra aquella a la que ama –sólo como posesión- se produce con el objetivo de aleccionar. La lesión es sólo el medio para lograrlo. Esto explica que no zanjen la discusión de un solo golpe, que sería suficiente dada su superioridad física, sino que acometen cortas y repetidas agresiones, como puñetazos, patadas, bocados y otras formas vejatorias. Ante todo, el maltratador quiere definir posiciones: la mujer es la sirvienta, y él es el dominador.
En el maltrato se pueden observar varias fases. La primera es la de ‘tensión creciente’, en la que los insultos y menosprecio de la mujer son constantes y hay episodios de violencia puntuales y breves, como un bofetón o un empujón. Después se produce la agresión brutal. En ella la mujer es totalmente deshumanizada y vapuleada, y es necesario que acuda al Hospital. Allí deberían tomar nota de su situación. Pero si la mujer no es capaz de dar ese paso vendrá la tercera etapa, conocida como la ‘luna de miel’. El agresor pide perdón e instala en la mujer la idea de que su mala conducta provocó la paliza. Él crea realmente que si ella se ‘porta bien’ no tendrá que volver a aleccionarla. La mujer perdona, pero la agresión volverá a repetirse cada vez más pronto, y por motivos más insignificantes.
Para muchas mujeres es duro abandonar al padre de sus hijos, al hombre que parecía ser el amor de su vida, y permanecen inmóviles, con la percepción de que nadie puede ayudarlas y de que son incapaces de solicitar auxilio. Los daños sobre la mujer son irreparables, pues las heridas físicas se curan, pero las psicológicas les acompañan el resto de sus días. Esas consecuencias psicológicas van desde el miedo, estrés postraumático o alteraciones del sueño y del apetito hasta a la realización de conductas suicidas. La mujer maltratada es una mujer sugestionable y dependiente: el hombre le roba su capacidad de actuación, y pretende borrar su pasado, protagonizar su presente y erradicar su futuro.
El tratamiento mediático
En los medios de nuestro país los titulares rezan: ‘Mata a su mujer y después se suicida’ o ‘Una mujer muere presuntamente acuchillada’. Mujeres anónimas y hombres que parecen ser uno sólo. En general, y es una tendencia observada en la mayoría de medios, se profundiza poco en las noticias sobre violencia de género. Hay una peligrosa homogeneización de las víctimas, una cómoda escritura que nos sitúa en lugares comunes. Tanto es así, que parece que la muerte de una mujer en esta situación es tópica e intrínseca de nuestra sociedad. La simple referencia a este tema como ‘violencia doméstica’ o ‘violencia familiar’ ya son imprecisas y eufemísticas, por lo que los medios promueven la banalización del drama que sufren miles de mujeres.
Se deben crear nuevos cánones informativos, en los que el rigor esté a la misma altura que la sensibilidad, y se muestre a cada mujer como lo que es: una nueva historia de violencia machista, no un episodio más dentro de una macabra novela de asesinatos en serie. Para esto evitaremos expresiones como ‘un nuevo caso de’, ‘una más’, así como los términos que definen al maltratador como un enfermo, y no como un hombre en sus cabales que decide libremente pegar o asesinar a su pareja o ex pareja. Algunos de estos términos son: ‘fuera de sí’, ‘enajenado’, ‘bebedor’ o ‘celoso’. Igual de erróneo es describir los atributos físicos de la mujer víctima de la violencia -‘era joven y guapa’-, pues no aportan nada al relato de los hechos, y pueden llegar a justificar los sentimientos que despertaba en su agresor.
Sólo a través de un cambio profundo de la ley, de un replanteamiento de las conductas personales que configuran la sociedad y del uso de un lenguaje mediático coherente y comprometido, las mujeres maltratadas podrán verse amparadas y sentirse con las fuerzas suficientes para decir ‘basta’.
Teléfonos de interés
Teléfono gratuito de información y asesoramiento sobre los malos tratos: 016
Instituto de la Mujer: 900 191 010 - 900 152 152 (sordomudos)
Guardia Civil: 062
Policía Nacional: 091
Comisión para la investigación de malos tratos a mujeres, Madrid (9 a 21 horas; lunes a viernes) : 900 100 009
Servicio de atención a mujeres maltratadas, Madrid (24 horas): 900 222 100
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