Jacobo de María |
lunes, 05 de octubre de 2009 |
Desconozco los méritos de José Ignacio Goirigolzarri. Pero tiene que ser un tipo muy listo. Hay que serlo para que te den 52 millones de euros para irse de un sitio y dejar de trabajar. Generalmente a la gente se le paga por venir, pero a este le pagan por marcharse. Fernando Alonso, por poner un caso reciente. Ferrari le pagará casi lo mismo por incorporarse a su escudería. Suele ser lo normal. La pregunta es si Goirigolzarri ha contribuido de un modo decisivo a situar al BBVA entre las principales entidades financieras del mundo. Si la respuesta es sí, su indemnización podría estar justificada. Se la merece. Si la respuesta es no, entonces es más listo aún de lo que sospechábamos.
No seré yo quien se ponga estrecho con este asunto. Nos dejó escrito Cervantes que la ardiente canícula pone a punto la ira. Pues aquí parece que es verano todo el año, coño. Nunca estamos contentos, y menos con la felicidad del prójimo. Este es un país de envidiosos. Y la envidia es un gran mal que socava la convivencia y corroe los engranajes de nuestra sociedad. Tampoco me interesa la demagogia de los partidos políticos. Las críticas del pensador José Blanco pidiendo ahora una mayor fiscalidad para este tipo de operaciones son simplemente vacías y oportunistas. La arrogancia moral de la izquierda no pierde la oportunidad de darnos lecciones. Es la marca de la casa socialista. Pero si alguien piensa que estoy defendiendo a un banquero es que no está entendiendo nada. La banca hace a menudo cosas obscenas, y las acabamos pagando entre todos.
A mí lo que me interesa de este asunto es el hallazgo de la fórmula. Comprendo que de entrada pueda parecer una fórmula algo cara. Depende. Para según qué casos nos sale a cuenta. Zapatero, por ejemplo. Nuestro futuro está colgado de la brocha. Y si estamos en un pozo, es mejor dejar de cavar. Ya casi todos estamos de acuerdo en que es momento de que pase el siguiente. Incluso aunque el siguiente fuese un pájaro como Rubalcaba. Es un decir. Pero Zeta se resiste. Lógico. Si pusiésemos sobre la mesa 50 millones de euros, por lo menos se lo pensaría. Parece mucho. No lo es. Como los destrozos que su gestión está provocando son inmensos, nos saldría barato. La misma fórmula vale para nuestros pequeños desastres locales. Esas eminencias que por estas páginas han ido desfilando y que no sólo son auténticas nulidades en la gestión de lo público. Como jamás se irán motu propio conviene animarles un poco, aunque sea con la tentación monetaria. Aplicándoles, como es lógico, la correspondiente liquidación proporcional a sus méritos y a sus destrozos.
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