Plan Bolonia: La universidad ante las demandas sociales Imprimir E-Mail
Álvaro Bustos   
domingo, 05 de abril de 2009
Sigue el debate sobre la adaptación de la Universidad española al plan Bolonia. Entre otros puntos de discusión, emerge la duda de si la Universidad debe someterse a las demandas de la sociedad y de si habrá suficientes recursos para implementar el cambio.

090401_bolonia.jpgLa universidad debe modernizarse para adaptarse a los nuevos retos que plantea la sociedad y para ofrecer a los estudiantes la formación y los recursos que les exigirá el mercado. El consenso que unió a las distintas instancias políticas y educativas para iniciar el proceso de Bolonia en toda Europa partía del triunfo del pragmatismo: la universidad deber ser aprendizaje para la vida laboral. Atrás quedaría la universidad clásica e ideal, que persigue la búsqueda de la verdad, la formación en hábitos intelectuales y la transferencia del conocimiento de profesores a alumnos.

Misión de la Universidad

Sin embargo, surgen voces que cuestionan el pragmatismo del axioma inicial. El Prof. Antonio Alvar, Catedrático de Filología Clásica de la Universidad de Alcalá, lo puso de manifiesto en una entrevista reciente (Suplemento Aula, El Mundo, 25-3-2009): “la obligación de la universidad no es formar profesionales, porque las profesiones varían con los años, sino gente capacitada para resolver problemas abstractos y con hábito de trabajo intelectual (…). Se vende ahora que la universidad debe dar lo que demanda la sociedad, en referencia a lo que demandan los empleadores, como si ésa fuera la única sociedad. También hay una demanda no atendida de conocimiento”.

Que la universidad estaba necesitada de un cambio parecía obvio. Sin embargo, cuando nos acercamos a la implantación, en septiembre próximo, del primer curso de los nuevos grados en muchas universidades españolas, cunden sensaciones encontradas en la mayor parte de ellas: mientras los rectores, junto con los políticos, tratan de explicar que no cabe la marcha atrás en el proceso de Bolonia, los profesores dudan sobre la viabilidad de los nuevos grados y aumenta el desconcierto entre los alumnos. La universidad necesitaba un cambio, pero ¿era este cambio?

Dudas sobre grados y posgrados

En febrero pasado se hizo público un detallado informe de la OCDE de 2008 sobre el estado de la enseñanza superior en España1. Pese a dedicar muy poca atención a la la adaptación al plan Bolonia, alerta con la célebre frase de Lampedusa que un proceso de Bolonia mal llevado sería como tratar de cambiar la universidad para que todo siga igual. El problema es que, según algunos, nos acercamos peligrosamente a la peor versión de esa profecía.

El informe de la OCDE habla (p. 134) de un sistema universitario excesivamente burocratizado y de una cobertura de becas insuficiente. Son dos de las críticas que los expertos achacan al modo de implementar el plan Bolonia. En lo último hay acuerdo general: la implantación del modelo de máster requerirá nuevos recursos para ayudar a los estudiantes en la financiación de esos cursos.

Pero lo más llamativo de la consolidación de los nuevos posgrados (recuérdese que Bolonia comenzó por los posgrados, no por los grados) es la sensación de desgobierno en su puesta en marcha. Concebidos inicialmente para durar dos años, las autoridades académicas han optado por la modalidad de un solo año, posiblemente para que se ajusten mejor a los estudios de grado. Era un opción legítima, pero resulta poco congruente con el objetivo principal de todo el proceso, la convergencia con los países europeos de nuestro entorno: muchos de ellos han implantado másters de dos años, siguiendo las principales recomendaciones europeas.

En cuanto a la reforma de los grados, la situación de muchos Departamentos universitarios en estos meses es de provisionalidad y cierto escepticismo ante los cambios: llegado el momento de reformar las licenciaturas de cinco años para crear grados de cuatro, la operación de ajuste de asignaturas, la implantación del nuevo calendario académico, el recorte de algunas materias y la redistribución del profesorado se presta a cambios caprichosos y a episodios de luchas entre profesores de un mismo Departamento (¿por qué se elimina una materia y no otra?), entre Departamentos y Rectorado, entre profesores de unas Facultades y de otras, etc.

Lo cierto es que la oportunidad que brinda el proceso de Bolonia está siendo aprovechada para realizar cambios de cierta envergadura ante la pasividad (o la sorpresa) de profesores y directivos de la comunidad universitaria. A comienzos de marzo, por ejemplo, la Junta de Facultad de Filología presentó su dimisión en pleno ante el rectorado de la Universidad del País Vasco por la decisión unilateral de ese rectorado de suprimir los grados con pocos alumnos: bajo el paraguas de Bolonia se había aprovechado la coyuntura para tomar una decisión duramente cuestionada. En otras carreras como Periodismo, Derecho o Pedagogía se están realizando cambios de cierta entidad que pueden pasar desapercibidos y que merecerían una discusión más pausada de la que permiten los plazos de adaptación.

Quejas de alumnos y profesores

Poco saben los estudiantes de estos problemas internos y de ahí, quizá, que protesten por motivos que parecen tener más ventajas que inconvenientes, como es el caso de la supuesta cesión de la universidad ante el mundo empresarial a cuenta del mecenazgo y la financiación. No hay tal peligro, explica el Prof. Puyol, antiguo rector de la UCM y presidente de IE Universidad: “muchos defendemos una mayor sintonía entre universidades y empresas porque son múltiples las ayudas que éstas pueden prestar a instituciones siempre menesterosas de financiación” (ABC, 12-3-2009).

Se dice que Bolonia es una reforma pensada para favorecer a los alumnos y que ellos serán los grandes beneficiados. Sin embargo, protestan los alumnos y protestan los profesores. Entre estos últimos, hay dos críticas al proceso.

La primera se refiere al nuevo enfoque de las clases. La tendencia pragmatista a aumentar las clases prácticas y el modo dinámico de impartirlas parecen lógicos si se trata de carreras técnicas y biosanitarias; pero plantea dificultades, por ejemplo, para las disciplinas humanísticas: ¿cómo se van a hacer prácticas de derecho romano o literatura renacentista? ¿No parece preferible que los alumnos dispongan previamente de las herramientas teóricas? ¿Serán capaces de pertrecharse con esos recursos antes de asistir al aula, como se sugiere? En este sentido, los profesores critican el papel paternalista que tendrá que asumir el profesor con la nueva reforma.

La segunda crítica del profesorado tiene que ver el otro pilar de su vinculación con la universidad, la investigación. Contra lo que podría pensarse, en la práctica los profesores impartirán más horas de clase (en muchas Facultades ya están preparados los horarios del curso 2009-2010) y la crisis económica puede bloquear las nuevas incorporaciones de profesores. Ante este panorama los docentes prevén dificultades para desarrollar sus líneas de investigación y para dirigir los trabajos doctorales de sus mejores alumnos.

Hay dudas de que el sistema garantice el éxito en la transmisión de conocimientos. Así lo hace ver Antonio Alvar: “Las experiencias piloto nos dicen que [el modelo de Bolonia] exige muchísima más carga para el profesor, pero los resultados académicos no son sustancialmente mejores”.

El reto de las Humanidades

La alusión a que las carreras de letras no saldrán perjudicadas de la adaptación a Bolonia se ha convertido una coletilla habitual en las declaraciones de políticos y gestores del mundo universitario. Ese fue el mensaje, con referencia explícita y supuestamente tranquilizadora sobre las humanidades, del propio presidente del gobierno ante la pregunta en televisión de un estudiante.

Sin embargo, conocida la lógica del proceso de Bolonia, con el supuesto imperio de las necesidades del mercado, no faltan profesores de letras que dudan de que las humanidades salgan beneficiadas: los célebres ajustes que ya se están realizando en los grados no caminan por la senda tranquilizadora que se decía.

Alejandro Llano, catedrático de Filosofía de la Universidad de Navarra, argumenta contra Bolonia a partir de aquella frase del llorado Tomás y Valiente: “la universidad es y debe seguir siendo muy tradicional, profundamente sospechosa y un poco inútil” (La Gaceta, 19-12-2008).

Lo cierto es que titulares como el que abre el suplemento Campus del periódico El Mundo deberían resultar esperanzadores para los humanistas: “El mercado acude a las humanidades tras el debate sobre su cierre” (El Mundo, 25-3-2009). Pero convertir a la formación humanística en un parche para cubrir el escaso bagaje cultural de ciertos directivos de empresa no convence a quienes se dedican con pasión a la investigación y la docencia en disciplinas de letras.

No faltan visiones más positivas, como la de Rafael Puyol: “El diseño de los nuevos grados bolonios podría dar una nueva oportunidad a estos estudios por su carácter formativo y su indudable contribución a la empleabilidad” (Bolonia y las humanidades, ABC, 14-3-2009). En los próximos meses la reforma del grado clarificará el panorama de la adaptación a Bolonia: entonces estaremos en condiciones de trazar un paisaje después de la reforma y de ponderar si los recelos de los profesores de letras tenían fundamento.
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